PAULA B.B.

Paula B.B. es brasileña y bisexual. Trabaja como prostituta en un domicilio particular, junto con otras chicas. Siguiendo mi costumbre, le pedí que me contara cosas acerca de su clientes: anécdotas, situaciones divertidas, comportamientos peculiares...


Luego de echar un buen polvo, como sólo una fogosa brasileña es capaz de hacerlo, comenzó a hablar, mientras todavía estábamos tumbados en la cama. Me dijo que, aparte de los sevicios estándar (felaciones, dejarse chupar la tetas, polvos en diversas posturas, etc.), algunos clientes le hacían peticiones que incluso a ella, bien curtida en estas lides, la sorprendían.

Primera historia. Tenía como cliente  a un matrimonio. El marido era heterosexual y la esposa bisexual. Para que su señora pudiese disfrutar de los placeres que puede proporcionar una mujer, siguiendo sus inclinaciones naturales, su marido contrataba los servicios de Paula. A veces, mientras ellas dos se liaban en la cama (por cierto una cama rodeada de espejos que colgaban de las paredes y el techo), él estaba presente desempeñando el papel de mirón. Otras veces, esperaba en otra sala, fuera de la habitación, leyendo el periódico. Lo que se dice: un marido comprensivo, vamos.

Me estoy acordando ahora (disculpad la interrupción) de lo que Paula me contó sobre su relación con una chica. Lo incluyo aquí en medio de este breve escrito y luego seguiré con la historia de otro cliente. Según sus propias palabras, Paula tenía novia. Salía con una mexicana de 33 años, un lustro mayor que ella. La mexicana fue muy sincera con Paula desde el principio. Le confesó que ella era "bi", en el sentido que a continuación explico: con mujeres afectividad y sexo y con hombres sólo sexo. Así que compaginaría la relación con Paula -si ella lo aceptaba- con roces y deslices erótico-festivos con hombres. Paula aceptó y no le importaron las veleidades sexuales de su chica. De hecho, llevan 6 años juntas, respetando sin conflictos destacables las condiciones que acabo de exponer.

Tras este paréntesis, continúo...

También había otro cliente un tanto estrambótico que iba al piso, se disfrazaba de mujer con la ropa que le prestaban las jóvenes que trabajaban allí y después se paseaba por la calle una o dos horas. Entraba en las tiendas, se sentaba en una cafetería, etc. La caracterización como mujer era tan perfecta (gracias sobre todo a la ayuda prestada por las chicas del piso) que ningún transeúnte se percataba de su identidad masculina. Cuando regresaba a la casa, después de su entretenido paseo, el transformista se sentaba con la chicas en el sofá del salón, como una más, vestido con su atuendo de femenino, bien maquillada, con sus labios pintados y luciendo unos elegantes zapatos de tacón. La falsa mujer se integraba perfectamente en aquel entorno: veía la tele con ellas, merendaba allí, en compañía de las demás e, incluso, cada vez que sonaba el timbre y entraba en el piso-burdel un cliente, ella desfilaba ante el nuevo cliente, como una profesional más, presentándose con el nombre de Isabel.

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