LA CHUPADA LIBERAL

Mientras un tiparraco corpulento y con pinta tosca le estaba -casi literalmente- devorando el coño, la mujer no apartaba sus ojos de los míos. Algunas veces bajaba un poco los párpados. Y cuando los subía de nuevo, me daba cuenta de que seguía mirándome con fijeza.

Estaba sentada en una silla alta, la espalda apoyada contra una pared, espatarrada del todo como las mujeres que van a la consulta del ginecólogo. El jayán estaba de pie y encorvado mientras le sostenía las piernas con sus brazotes.

Al maromo aquel nunca le vi la cara; todo el tiempo la tuvo enterrada en la entrepierna de la fémina. Pero no paraba de dar lengüetazos el muy chupón. Su lengua se removía sin cesar en la humedad vaginal. Y de cuando en cuando se oían sonidos líquidos, como de chapoteo, producidos por las embestidas de su lenguota impetuosa contra los jugosos pliegues del potorrillo. A veces, el basto gañán le hacía daño, a juzgar por la cara de dolor contenido que ponía ella. Seguramente, en esos momentos la bestia parda le había clavado o rozado con la dentadura. ¡Menudo cafre! Pero qué falta de delicadeza. Los individuos de este jaez, ¿de dónde salen?

Desconozco qué le hacía disfrutar más: si los lengüetazos que le daba aquel animal montaraz o el hecho de que yo estuviera contemplando un cunnilingus tan chabacano. Esto nos lleva a dos cuestiones teórico-eróticas: ¿Quién disfruta más: el exhibicionista o el voyeur? ¿Cuál es la base del placer experimentado por los exhibicionistas? Dejo ahí las preguntas para quien desee indagar en busca de respuestas.

La chupada del parrús duró bastante tiempo y tuvo lugar en un pasillo penumbroso del club liberal llamado "Swingers´ Room". Cuando me fui, atraído por otra escena cercana en la que un pene anónimo se asomaba por un glory hole de la pared segundos antes de ser succionado por una boca anónima, todavía seguía el hombretón lamiendo zafiamente, frotando sus morros contra aquella vulva indefensa...

Chupa que chupa, restregando en la hendidura su bocona, notando en su careto el humedecimiento que acompañaba a cada uno de los sucesivos orgasmos femeninos, chupeteando todo el monte de Venus, olisqueando aquellos pagos como una alimaña, sorbiendo la almeja rendida y bien abierta, poseído de un apetito insaciable, voraz, al tiempo que con sus manazas apretaba los muslos desnudos de una hembra a la que no conocía de nada, pero que, no obstante, había convertido en su presa.

¡Quién se habrá creído que es este insolente para asaltar a una mujer con tanta alevosía!

Que vengan los encargados de la seguridad del local. Que se lo lleven. No la suelta el tío. Si sigue así, la va a destrozar.

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL TEMPLO DEL DOLOR

EL SEDUCTOR SEDUCIDO

POR DETRÁS ME GUSTA MÁS