LA FELATRIZ CACEREÑA

Laura me habló el otro día sobre una amiga suya que vive en Cáceres, capaz de hacer no buenas mamadas, sino las mejores mamadas. 




-¿Y tú cómo lo sabes? -le pregunté.

-Porque me lo dijeron los hombres que han estado con ella -respondió muy convencida.

Me quedé enmudecido. Y Laura aprovechó mi silencio para seguir hablando de su amiga la cacereña. Te aseguro que Patricia no tiene rival cuando de hacer felaciones se trata. Los hombres que han pasado por su boca repiten. Sin excepciones. Ningún novio quiere abandonarla. Si se produce una ruptura de pareja, es porque ella toma la iniciativa. Ellos nunca nunca quieren irse. Vamos, ni se les pasa por la imaginación, debido ,entre otras causas, al nivel tan excelente de sexo oral. He avisado a mis amigos y conocidos de que Patricia va a venir para hacerme una visita a Robledo de Chavela y se han vuelto medio locos. La noticia, que ha corrido como la pólvora; les ha alterado. Los mozos de Robledo desean saludarla y, a ser posible, concertar una cita íntima con ella sin tardanza. Sólo falta que el Ayuntamiento reciba a Patricia con honores en la plaza mayor del pueblo. Me preguntan los chicos: "¿Cuánto tiempo va a estar?" o exclaman "¡Qué complaciente es tu amiga Patricia!" "Ojalá hubiera más mujeres como ella". Uno de sus admiradores dijo: "¡Patricia, ay qué delicia!"



Íbamos paseando por una calle de Madrid y, mientras mi amiga Laura me contaba cosas de Patricia, a mí me estaba entrando calor por el cuerpo. Ese tipo de calentura que no tiene que ver con el tiempo atmosférico sino con la cachondez.  Ante las expectativas reales de sexo en su faceta oral, noté que el cinganillo se me iba despertando dentro de la bragueta, al margen de mi voluntad. La cosa iba in crescendo. Empecé a imaginarme con mucha claridad -casi sentía- los labios de la excelsa felatriz. Unos labios jóvenes y rosados que subían y bajaban por el tronco de mi pene y de vez en cuando se detenían en el capullo para dar expertos lengüetazos. A veces esos labios apretaban el miembro, otras veces chupaban suavemente y realizaban con pericia diversas clases de movimientos acompasándose al estado de mi excitación. Sentía también cómo su saliva humedecía todo mi rabo. Cada vez estaba más caliente hasta que finalmente le dije a Laura, un tanto aturdido:

-Para, por favor, deja de hablar de Patricia, porque me estás poniendo malo en plena calle. Laura soltó unas risitas al tiempo que me miraba con cierta conmiseración.

Recordé entonces el pasaje donde Gregorio Morales, en su libro "Historia del deseo" (Espasa, 2006), escribe sobre las meretrices de la antigua Roma especializadas exclusivamente en fellatios. Lo bien que hacían estas especialistas sexuales su trabajo. Algunas de ellas, como Taide, mencionada por el poeta Marcial en sus escritos, alcanzaron la fama. Morales escribe en la publicación citada:

"...desde la Antigüedad la felación era una práctica apreciadísima. Las gaditanas y fenicias tenían fama de ser consumadas especialistas en la materia. Había prostíbulos dedicados exclusivamente a las felaciones. Sus practicantes se llamaban felatrices y muchas de ellas eran tan expertas que su nombre corría de un sitio a otro y hasta se les erigían estatuas (...) De Teleusa de Gades se decía que era capaz de devolver el vigor hasta al hombre más anciano. En la Roma de aquellos días había un número enorme de mujeres decididas partidarias de la felación (...) concebida todavía hoy como un prolegómeno, la felación era entonces un acto completo en sí mismo."


No quise pedir en ese momento más información a Laura sobre su amiga; habría revelado torpemente mis intenciones. Pero más adelante, con alguna excusa, trataré de que Laura me presente a Patricia. Aprovechando la visita a Robledo de esta eminente chupadora, digna émula de las antiguas felatrices romanas, tal vez pueda ver cumplido mi deseo, una aspiración irrenunciable para todo varón: obtener por fin la mejor mamada de mi vida.

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