MÉTODOS DE RELAJACIÓN

Desde hace cuatro años y medio trabajo en unos grandes almacenes de la calle del Carmen, pegando a la Puerta del Sol. En determinadas temporadas se amontona el trabajo. Esta circunstancia me produce estrés y nerviosismo. Busqué una solución.

La solución consiste en pedir permiso a mis jefes, de vez en cuando, para que me dejen salir un rato a la calle. Les cuento alguna milonga: que me duele la cabeza, que no me encuentro bien o cualquier otra excusa. Ya en la vía pública, aprovecho para hacer una visita a un piso próximo a la empresa donde currelo.

En ese piso, que bien podría llamarse "el hogar del estresado", me espera un plantel extraordinario de jóvenes rusas, húngaras y moldavas dispuestas a darme un buen masaje antiestrés. Si les das una propina, además, te hacen una súperpaja que te deja como nuevo, tío. De veras te lo recomiendo. Estresados del mundo, venid aquí y por fin encontraréis relax.

Para ser sincero, he ido a este piso no sólo en épocas de tensiones provocadas por causas laborales. También he solicitado los servicios de estas espléndidas señoritas por puro placer, sin más. Y siempre he salido de allí contento y bastante satisfecho.



Con el tiempo he ido ganándome la confianza de las chicas. Ahora converso más con ellas de un modo desenfadado. Ellas me gastan bromas inocentes. Y mientras masajean mi pobre cuerpecito malito de stress con sus manos balsámicas, yo no pierdo baza y les toco los muslos bien torneados, acaricio su piel eslava, blanca como la nieve y tersa, les quito las braguitas sexy con parsimonia, les magreo ese pandero maravillosamente moldeado que tienen o les chupo las tetas. Esto último, se lo hago con frecuencia a Natasha (pechugona ella), que las tiene como a mí me gustan.

Todas estas travesuras no me dejaban hacerlas al principio. Pero desde que ascendí en el escalafón a la categoría de cliente fiel y regular, cada vez me permiten mas cosas. No sé por qué dicen que donde hay confianza da asco. A mí la confianza me ha aportado mucho goce sensual.

Después de estar con las rusas, aunque sólo sean veinte minutos, regreso al trabajo con otra cara. Y un estado de ánimo mejorado. Los nervios en su sitio. Muy tranquilo, profundamente relajado. He experimentado una especie de restauración. Hasta me siento más joven, oye. 

Me parece que este método de relajación (no el yoga ni las sesiones de taichi que tanto anuncian) es sin duda el más adecuado para mí.


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