CELINE

Una meretriz que trabajaba en un puticlub de la calle "Los coños del Peral", perdón, "Los caños del Peral", situada en el área central de Madrid, acostumbraba a contarme sus andanzas con diversos clientes. Ella sabía a la perfección que escuchar tales historias para mí suponía un deleite.



Me contó, por ejemplo, que poco después de una ruptura sentimental, un hombre joven vino a consolarse en sus brazos y, en aquella ocasión, más que el papel de puta hizo el de psicóloga. Acto seguido, me dijo que le habían pedido bastantes cosas en la cama que ella no aceptaba bajo ningún concepto, como el coito anal. "Por encima de mi cadáver", afirmaba con rotundidad.

Las peticiones de los clientes abarcaban un amplísimo espectro. Un cliente le pidió un capricho que el tenía: "la nieve sobre las montañas", es decir, correrse en las tetas. Otro tenía ganas de ver cómo Celine se bajaba las bragas y hacía pis en el servicio. Hubo otro cliente -según las descripciones- que buscaba una chica para que le acompañara a un local liberal. No faltaban propuestas de masoquistas, que por lo general ella aceptaba. Y de sádicos, que Celine rechazaba: "No me dejo pegar". Asímismo, el francés natural era bastante demandado por la clientela, en sus diversas variantes: francés con hielo o un  caramelo efervescente en la boca, la mamada con chupada de huevos, tragando, felación slow o trepidante (esta última para momentos de calentón agudo), etcétera.

El lecho de Celine era como una pasarela por donde desfilaban hombres de toda laya. Unos zafios con ademanes toscos, empeorados a veces por una melopea. Otros, en cambio, eran educados, mostraban consideración hacia ella e incluso le hacían regalos. Como, por ejemplo, pendientes de oro, cajas de bombones o libros. Naturalmente, Celine prefería al segundo grupo y con este tipo de hombres, como agradecimiento por su amabilidad, solía ser más agradable y complaciente.

Celine, ése era su nombre artístico, había venido desde Hungría (o eso decía), frisaba los 32 años, tenía piernas de top model y era un filón inacabable de historias. Narraba muchas, con voz pausada y agradable, casi siempre en buen español, cometiendo muy pocos errores gramaticales o de vocabulario. No en vano, llevaba unos doce años viviendo en España y a fuerza de hablar con la clientela de once a seis de la madrugada de lunes a sábado, había aprendido nuestro idioma. Con respecto a la pronunciación, Celine tenía una entonación un tanto monocorde, como si estuviera describiendo hechos en los que ella no estaba directamente involucrada. Contaba las historias aportando los detalles justos, ni uno más. Me parecía un modo de narrar muy eficaz, con gran economía de medios y no suponía una merma para la expresividad. Al contrario, sus historias estaban muy bien contadas; despertaban interés.

De todos los relatos sobre correrías, experiencias peculiares y lances de su oficio que refería me llamó la atención en especial el siguiente. Un hombre talludito, cliente sin nexo con el lupanar, la contrataba tres o cuatro veces al mes no para practicar alguna modalidad sexual sino para ir al cine con él. Simplemente, como dama de compañía. Yo le pregunté incrédulo si lo que me estaba contando era verdad y me aseguró que sí, que era una historia muy real. Después de ver la película, se tomaban algo juntos en una cafetería de la Gran Vía, charlaban un rato y, finalmente, se despedían con un beso, casi como dos novios. 
Cuando escuché por primera vez este relato y, posteriormente, siempre que lo recuerdo siento un abrumador sentimiento de soledad, la soledad que debía albergar en su corazón aquel cliente de Celine que estaba dispuesto a pagar sólo por tener un poco de compañía.  


Comentarios

Entradas populares de este blog

EL TEMPLO DEL DOLOR

EL SEDUCTOR SEDUCIDO

POR DETRÁS ME GUSTA MÁS