BAJO LA SOMBRA DE LAS PALMERAS

En uno de los viajes que realicé a Marruecos durante mi juventud, mientras recorría una de las callejuelas de un zoco de Marrakech, una de esas callejas bulliciosas y pintorescas rebosantes de tiendas, se acercó un muchacho árabe y me dijo que a las afueras de Marrakech, rodeado por las dunas del desierto, había una pequeña ciudad llena de mujeres disponibles para el sexo tanto de día como de noche a cambio de un puñado de dirhams.


El muchacho insistió bastantes veces para que yo fuera a la citada ciudad, que él me acompañaría, que si confiaba en sus palabras no me arrepentiría y lo pasaría estupendamente. No le hice caso, a pesar de su obstinada insistencia, pero aquella mención a una "ciudad del placer" -así la denominaba el chico- puso en funcionamiento los engranajes de mi fantasía.


¿Cómo sería aquella urbe erigida en medio del desierto, quizás en torno a un oasis feraz con palmeral y rica vegetación? ¿Eran mujeres hermosas y sensuales, de belleza exótica, las que allí habitaban? ¿Sería recibido con la hospitalidad tradicional de estas tierras en unos baños (haman) de estilo árabe ornamentados con columnas, arcos de herradura y motivos geométricos típicos del arte islámico? 





¿Tendrían aquellas huríes (palabra derivada del árabe hawra, que significa "la de ojos preciosos") la mitad del rostro cubierto por un velo, lo que haría destacar aún más su misteriosa mirada? ¿Eran acaso maestras en técnicas amatorias orientales transmitidas en secreto de generación en generación y desconocidas para un joven europeo como yo?

Nunca sabré las respuestas, pero todas estas preguntas y otras semejantes todavía en la actualidad continúan sirviendo de acicate para que mi imaginación emprenda el vuelo rumbo al extenso reino del erotismo.

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