EL COLECCIONISTA DE PELISPORNO

A lo largo de mi vida -ahora tengo cuarenta y siete años- he visto infinidad de películas porno. He de reconocer con franqueza que siempre me han gustado. Y me han proporcionado innumerables sensaciones de deleite. Por no mencionar su eficacia como estímulo para la paja solitaria. Entre mis preferidas figuran las producciones de PRIVATE y los hentai japoneses. También siento vivo interés por las pelis porno ambientadas en otras épocas y civilizaciones como la egipcia, los romanos o el siglo XVIII francés.



Fruto de esta afición, he conseguido formar una colección compuesta por una cifra muy considerable de cintas de vídeo, CD´s y DVD´s pertenecientes a este género filmográfico. Las guardo con cariño, bien ordenadas en una zona de mi biblioteca, especialmente preparada para almacenarlas, facilitar su clasificación y cogerlas cuando me apetece ver alguna.

Las novias que he tenido han adoptado distintas actitudes hacia mi faceta de coleccionista de sex films. Unas (las menos) no la han aceptado, considerándome poco menos que un degenerado o un obseso sexual. Otras han mostrado indiferencia. Y un tercer grupo de novias, sin embargo, me han regalado alguna peli de este tipo para mi colección, hemos visto juntos alguna peli X e incluso han permitido que yo me excitara (tal vez ellas también se excitaron) con estas películas mientras estábamos haciendo el amor sobre un sofá.


En ciertas ocasiones, me gusta recordar todos los momentos de solaz que me ha ofrecido el porno. Empiezo a rebobinar en la pantalla de mi mente escenas completas y fragmentos de escenas que vi en hace dos años, el mes pasado o anteayer. Los hermosos cuerpazos de las actrices vienen a mi memoria, con una rapidez que me sorprende. Se suceden una tras otra imágenes de mamadas, de semen salpicando rostros femeninos. Sexo en grupo: seis machotes con una o varias mujer. Pechos turgentes. Pollas durísimas. Junto con gestos desencajados por el orgasmo. Y ejemplos prácticos del vicio de Onán, squirtings, fist-fucking, boca-coños.

Secuencias de lluvia dorada. Besos negros, numeritos lésbicos o disciplina inglesa. Sublime bukake y gang-bangs (que por cierto me ponen muy cachondón). También filmaciones de "hardcore", una pornografía muy realista y obscena. Secuencias detalladas de chirlas de variada tipología.  Vaginas siendo taladradas. Anos que semejan pinchos morunos. Corridas y más corridas.

Una serie de personajes estereotipo asociados al mundo pornográfico va desfilando ante los ojos de mi imaginación: dóminas, voyeurs, ninfómanas, maduritas, gigolós, bomboneras, sementales... En diversos escenarios: desde una oficina hasta un jacuzzi, pasando por la playa, una consulta médica, un parking o un taller mecánico. No sólo recuerdo la parte visual. Mi memoria, también sensible al aspecto auditivo, recrea los jadeos entrecortados, los alaridos de placer... Sólo recordar estos sonidos me pone a cien.




A veces me pregunto cómo podrán caber tantas imágenes porno con todo lujo de detalles en el archivo de mi memoria. Se trata de una enorme acumulación de recuerdos. Y encima -sin ninguna excepción- todos ellos gratos. No como en la vida, donde se mezclan lo bueno y lo hiriente, de tal modo que acaba uno con un sabor de boca agridulce.

Cuando aparecen en cascada esta multitud de escenas, cuya visión me ha producido sensaciones placenteras, siento de repente una oleada de gozo que anega tanto mi cuerpo como mi mente. Es una embriaguez hedonista causada por el amontonamiento de recuerdos voluptuosos,  que se sitúan en un punto equidistante entre la fantasía erótica y el sexo real. En estos momentos, el regocijo llena mi corazón. Son tantos buenos recuerdos...





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