LOS PORTALES Y EL SEXO

El portal de los edificios de viviendas tiene connotaciones eróticas. Especialmente para los que vivimos una época pasada en ciudades españolas donde a menudo los portales estaban abiertos. Durante el día y a veces parte de la noche.

En los portales se practicaba el sexo en muchas de sus modalidades. Besuqueos con tocamientos, sabrosas mamadas, polvos rápidos (cuidado que nos pillan), chupadas de tetamen, masturbaciones, etc. Con la emoción añadida de que en cualquier momento podía aparecer algún vecino, entrando en el edificio o bajando las escaleras. 

¡A quién no le traen buenos recuerdos eróticos los portales!

El portal -todo hay que decirlo- además tenía ventajas. La primera: la satisfacción casi inmediata del deseo. Y no olvido tampoco las ventajas económicas, nada desdeñables en otros tiempos no caracterizados por la prosperidad material. Si a una pareja le daba el apretón, paseando por la calle en un día caluroso de verano, enseguida tenía disponible un lugar en algún portal sin portero de los muchos a su alcance para desfogarse a la sombra, sin necesidad de pagar una pensión o un hotel.

Lo quieran reconocer o no, para bastantes personas un portal semioscuro, fue el lugar de iniciación al sexo. En aquellos portales menos inexpugnables que los actuales, seguramente en los rincones que formaban las escaleras en la planta baja o en un cuarto de contadores solitario que se olvidaron de cerrar, más de uno tuvo su primera experiencia sexual, impulsado por la curiosidad y por las calenturas inevitables que acompañan a la pubertad y a la adolescencia.

Echo de menos aquellos portales acogedores, la paradoja de ser un espacio público pero íntimo a la vez, su penumbra cómplice de la voluptuosidad juvenil. La emoción provocada por la incertidumbre de poder ser descubierto en cualquier instante... Recuerdo cómo el sentido de la vista pasaba a segundo plano y la sensibilidad del tacto se acrecentaba. Las manos inquietas iban conociendo nuevos territorios del cuerpo deseado. No podíamos jadear con naturalidad. Era preciso contenerse. El sonido de la ropa cayendo también nos podía delatar. 

Esa experiencia de estar medio desnudos y medio vestidos en un lugar público era extraordinariamente erótica. Y el erotismo  se intensificaba por la sensación de poder ser pillados con las manos en la masa. Había que prestar atención a las sensaciones placenteras que nos proporcionaban nuestros cuerpos, pero también a los ruidos del entorno. Deseábamos como es comprensible culminar la faena con éxito y alcanzar la satisfacción del clímax. Y nadie, ni siquiera un vecino inoportuno, debía interrumpir nuestro placer.

En más de una ocasión los amantes que utilizábamos los portales para calmar nuestra fogosidad nos besabamos, nos acariciabamos o jodíamos, al tiempo que escuchábamos con total atención y actitud de alerta, no exenta de cierto temor, el sonido de las pisadas de una vecina que estaba bajando los escalones.

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