CAMINO DE CARTAGENA

El Casanova de Chamberí se enteró de buena tinta de que en la ciudad de Cartagena acababan de inaugurar un burdel con tarifas novedosas. Las condiciones para los clientes consistían en quince minutos de sexo ¡por 10€!

"Paradise Low Cost" -así se llamaba el lupanar- solía ser frecuentado por negros jornaleros que trabajaban recolectando frutos en el campo y, en general, por hombres de baja extracción social. Este tipo de clientela no fue impedimento para que Casanova se acercara a conocer el sitio.


Nuestro Casanova recorrió la distancia que separa Madrid de Cartagena en su flamante automóvil Aston Martin. Por el camino, mientras conducía, iba masticando un chicle de viagra que habían sacado al mercado recientemente. Finalmente, se presentó en el putódromo de marras, a altas horas de la madrugada, no sin antes verse obligado a pedir ayuda a un taxista cartagenero para localizar el puticlub.

En este antro trabajaban chicas extranjeras y españolas mezcladas. Algunas prostitutas eran originarias de Rumanía y Colombia. Las españolas en su mayoría provenían de pueblos de las provincias limítrofes. La edad de las lumis oscilaba entre 19 y 28 años. Allí dentro se formaba un ambiente muy denso y variopinto. Si las chicas eran de diversas nacionalidades, entre los clientes también se constataba mucha diversidad étnica. La música, mal elegida. La decoración, de lo más cutre. El aire del local, lleno de humo de tabaco (pese a la prohibición legal de fumar). Alrededor de un ochenta por ciento de los clientes presentaban grados altos de embriaguez.

A Casanova lo que le atraía de semejante tugurio era sobre todo el precio. Pero sin duda, dadas las circunstancias, había que ser rápidos al realizar el acto sexual. El tiempo apremiaba.


Un encargado del putiferio recogía los 10 euros. A cambio daba al cliente un ticket. Con ese ticket y, después de haber elegido a la chica, el cliente iba a la habitación con ella. Haciendo gala de una puntualidad prusiana, exactamente cuando se había consumido el cuarto de hora, el encargado del local golpeaba con sus nudillos la puerta de la habitación para avisar de que el tiempo había concluido.


En general, los clientes tenían por costumbre echar un caliqueño y largarse, después de pimplarse un lingotazo. Pero el impetuoso Casanova tenía en mente un plan distinto. Compró cuatro tickets y eligió cuatro chicas. Los primeros quince minutos calentó motores con una llevando a cabo los preliminares. Los siguientes quince minutos se fue calentando un poco más. El siguiente cuarto de hora, cuando ya estaba bien preparado, echó su primer polvo con la tercera mujer. Y, para terminar, en el último cuarto de hora con la cuarta mujer se corrió por segunda vez. "Una magnífica experiencia", concluyó Casanova. "Volveré a Cartagena".


Ufano y complacido tras su aventura con cuatro mujeres en una hora por el módico precio de 40€, Casanova montó en su coche que estaba aparcado frente al burdelillo, descansó un rato y se puso en marcha de regreso al madrileño distrito de Chamberí, donde se encontraba su residencia habitual.

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