EL SORDO Y LA OYENTE

Aurora, una lectora de esta página, nos cuenta su historia:

"Me llamo Aurora y soy oyente. Conocí a Daniel, que es sordo. Yo vivía en Hoyo de Manzanares y él había venido desde Alicante expresamente para hacer un curso de capacitación dirigido a profesores de Lengua de Signos Española. Daniel era un joven muy atractivo de 24 años, con innegable éxito entre las chicas. Sé con certeza que varias iban detrás de él. No me importó que fuera a estar en Madrid sólo unos meses con el fin de asistir a las clases. Me gustaba ese chico, me atraía de verdad. Por eso me lancé a sabiendas de que un día volvería a su ciudad. No obstante, durante cuatro meses, vivimos una hermosa aventura. 

El problema es que siempre que estábamos a punto de culminar las relaciones sexuales aparecía un obstáculo insalvable. Una vez me propuso hacerlo en un coche, a lo cual me negué. Me parecía un sitio incomodísimo para hacer el amor. En otra ocasión estábamos solos en su habitación dentro de un piso compartido con otros estudiantes y, justo cuando estábamos más calientes, dispuestos a quitarnos la ropa, aparecieron en casa sus compañeros de piso. Y él, que era muy discreto, no lo quería hacer en casa para evitar los cotilleos. ¿Contratar un hotel o una pensión? No teníamos dinero. Pasaron los meses y, por desgracia, no pudimos llegar hasta el final en lo que respecta a la sexualidad.

Sin embargo, tengo un buen recuerdo de Daniel. Había mucho feeling entre nosotros. Podía haber elegido a cualquiera de las mujeres que se le insinuaban, pero me escogió a mí. Yo le atraía. Y la atracción -os lo puedo asegurar- era mutua. Surgía de un modo natural. Aunque nunca pasamos de los preliminares, nos besábamos empujados por una mezcla de deseo y sensualidad. Me acariciaba con ternura. Además, nos comunicábamos muy bien en lengua de signos. Cuando nuestras manos estaban ocupadas en caricias también nos comunicábamos estupendamente mediante la mirada. En varios momentos recuerdo que una mano estaba ocupada y la otra era capaz de transmitir ella sola ideas y emociones que normalmente se transmitían con la ayuda de ambas manos en la lengua natural de los sordos. Hasta ese punto llegaba nuestra fluidez en la comunicación y el entendimiento recíproco. Un rasgo de nuestra relación que siempre me causó sorpresa e íntima satisfacción.

Entre clases y encuentros fueron transcurriendo los meses que duraba el curso. Daniel, finalmente, regresó con su título de profesor de LSE bajo el brazo a la ciudad de Alicante, una ciudad con la que se identificaba y en la que le encantaba vivir. La despedida fue dolorosa. A pesar de los cinco años que han pasado desde entonces, todavía sigo recordándole, la verdad. No descarto ir a visitarle alguna vez para terminar lo que en varias ocasiones dejamos a medias a causa de diversos contratiempos y siempre en contra de nuestra voluntad."

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL TEMPLO DEL DOLOR

EL SEDUCTOR SEDUCIDO

POR DETRÁS ME GUSTA MÁS