LA IRRESISTIBLE ATRACCIÓN DEL TRAVESTIDO

Mi nombre es Rubén Peralta. El organizador de esta web page , con el que me une una larga amistad desde nuestra época de estudiantes, me ha pedido que escriba unas líneas sobre el tema del erotismo. Al principio, no se me ocurría nada. Pero luego me acordé de un puticlub situado cerca de la Plaza de Ópera.

Entre allí para olvidarme de las preocupaciones de un día de trabajo, invitando a las chicas a una copa y charlando con ellas. Elegí a una rusa que ya conocía de veces anteriores. Su nombre era Mila, carita de muñeca, piel fina y clara, licenciada en Psicología, tendría unos 26 años. Tras el intercambio de besos y saludos, nos sentamos en un sofá del local. 

Mientras charlábamos y tonteábamos, bien abrazados, pude observar cómo una de las mujeres del local (muy femenina por cierto) entraba en una habitación ubicada al final de la barra con compañía masculina. Después de media hora más o menos, el cliente y la mujer en cuestión salían del cuarto. A continuación, se despedían amistosamente con un beso y gestos que indicaban confianza.

Poco tiempo después, entraba la misma mujer en la habitación mencionada con otro cliente. Salían ambos, al cabo de 30 minutos. Transcurrido un rato, se repetía la operación: un nuevo cliente, etc. En el espacio de una hora y media, habían pasado por la habitación varios hombres. Todos ellos, a juzgar por su rostro sonriente, contentos con el trato recibido.

Le pregunté a Mila:
-¡Qué éxito tiene esa chica! Es asombroso.
Y ella me respondió:
-No es una chica.
-¿Ah, no?
-Es un travestí.

Al asombro que sentía se sumó una reacción de enorme sorpresa. Mila me proporcionó más datos:
-Por raro que te parezca, la que más trabaja aquí es él. Lo que has visto sucede casi todos los días. Ninguna mujer del club, ni siquiera las más guapas, atraen a tantos clientes como el travestí.
Después le pregunté:
-¿Cómo es posible que un hombre venga a un puticlub de mujeres para acostarse con un hombre disfrazado de mujer?

No me dio respuesta alguna. Yo tampoco sabía qué decir. Se me ocurrieron varias posibles explicaciones. Probablemente, aquellos hombres se podían definir como bisexuales o, tal vez, buscaban sensaciones diferentes para huir de la rutina en el terreno sexual. Otra posibilidad es que simplemente fueran maricas. También pensé que los clientes del travestí sentían atracción no por hombres o por mujeres sino por una mujer-hombre. Y, en este último caso, podrían entrar en otra categoría que bien podríamos denominar: "androginosexuales".

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