EL HOMBRE-MONO DE VILLAJERIZ DEL MONTE

Los habitantes de Villajeriz vivían aterrorizados por un hombre-mono fornido y corpulento que habitaba un cerro próximo al pueblo. El primate exigía un tributo doloroso, bajo la amenaza de destruir el poblado y matar a todos sus moradores, si no se cumplían punto por punto sus exigencias. El tributo exigido consistía en que cada noche una mujer de la localidad debía ir a la cima del altozano para acostarse con el simio antropomorfo. 




Mujeres jóvenes o maduras, vírgenes o experimentadas, bellas o poco agraciadas, procedentes de cualquier capa social, entre 18 y 40 años, se iban turnando para satisfacer las ansias libidinosas (al parecer infinitas) del monstruo que tenía atemorizado a Villajeriz del Monte.

Así transcurrierom muchos años. Pero, finalmente, hartos de tamaña injusticia, los hombres más arrojados, con el alcalde a la cabeza, decidieron en una asamblea secreta, acabar con la vida de aquel animal abyecto.

Mientras el ser mitad mono mitad hombre estaba trajinándose a una de las doncellas del pueblo, los villajerizanos, amparados por la oscuridad nocturna, se acercaron sigilosamente hasta la zona donde habitaba el simio, portando garrotes, hoces y navajas.



Finalmente, se detuvieron tras unos matorrales. Desde aquel escondite, agazapados, podían observar cómo el peludo primate violaba a la doncella sujetándola con fuerza y obligándola a cambiar de postura, mientras ésta gritaba lanzando chillidos de intenso placer que desconcertaron, en un primer momento,  a los lugareños. Pero lo cierto es que estaban tan ávidos de revancha que no prestaron mucha atención a estas manifestaciones de placer. 

Cuando hubo terminado la violación (duró más de dos horas), la mujer se vistió rápidamente y regresó corriendo al pueblo. Aprovechando el cansancio del hombre-mono tras la larga sesión de sexo, los de Villajeriz se abalanzaron sobre él y le asestaron innumerables golpes y navajazos, llenos de la rabia acumulada durante demasiado tiempo, hasta causarle la muerte.

Esposos cornudos, hermanos indignados, vecinos soliviantados y padres furibundos por fin pudieron saciar su sanguinaria sed de venganza.

Al enterarse de lo sucedido en el cerro, las mujeres deshonradas de Villajeriz se alegraron en público, ofreciendo numerosas muestras de júbilo y agradecimiento hacia sus salvadores. Sin embargo, en privado y cuando nadie las veía dentro de sus casas, lloraron a lágrima tendida por la pérdida del hombre-mono.

Jamás olvidarían los maravillosos recuerdos de sus experiencias junto a aquel ser incontrolablemente lascivo, con el que yacían ocultas entre la frondosa espesura del bosque, a la luz de la Luna. 




El hombre-mono, impulsado por su sensualidad y por la fuerza natural del instinto, les hizo disfrutar del sexo numerosas veces, de una forma especial e incomparable, como ningún hombre civilizado había sido capaz.


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