POR FIN UNA LUZ DE ESPERANZA PARA CASANOVA

Una ex-amante de Casanova le comentó que su marido era un empresario dedicado a la organización de cursos y talleres sobre erotismo y técnicas de seducción. Rita -así se llamaba la ex- propuso a nuestro Casanova ser monitor de alguno de los cursos y él sin pensarlo dos veces aceptó.


Casanova comenzó a trabajar esa misma semana. Debido a sus conocimientos sobre la materia, el seductor pronto ascendió en el escalafón de la empresa. Los cursos impartidos o planificados bajo las directrices elaboradas por Casanova (por ejemplo los titulados "El beso de Singapur" y "Afrodisíacos personalizados") tenían un éxito clamoroso.



En poco tiempo la afluencia de estudiantes había aumentado hasta triplicarse. Las clases eran de excelente calidad, lo que contribuía a que el nivel de satisfacción del alumnado fuera mayor. Y todo ello gracias al buen hacer profesional de Casanova. Éste recibió las felicitacionies del marido de Rita por su dedicación y brillantez, felicitaciones que fueron acompañadas de un incremento salarial.



Casanova se preguntaba a veces si el marido de Rita sabía que ella y Casanova habían sido amantes. En cualquier caso, el de Chamberí decidió no dar vueltas a este asunto y centrarse en su quehacer docente.



Los meses fueron transcurriendo. Casanova y Rita tomaban café juntos casi todos los días, y en uno de estos encuentros Rita contó a Casanova confidencialmente que su esposo tenía ciertos caprichos eróticos.

- ¿Ah sí, cuales?
- Pues por ejemplo le gusta "el juego del cornudo" - respondió ella
- ¡Caray!
- Y quiere que participes, dada tu experiencia como experto en erotismo y seducción
- No sé que decirte. Yo trabajo para él. Me da corte Rita.
- Aleja esas preocupaciones, hombre. Él ha insistido. Quiere que juguemos al cornúpeta. Eso le pone. Y le hace ilusión. todos los hombres tenéis caprichos. Qué te voy a contar. Complácele, venga.
- ¿Ésto no afectará a mi trabajo y a la relación laboral que mantenemos?
- En absoluto. Te lo prometo.

Finalmente, Rita, su marido y el de Chamberí concertaron una cita en el hotel Palace de Madrid, a las 7 p.m., habitación 24, una habitación decorada con elegancia. Primero el marido pidió a su esposa y a Casanova que se desnudaran y se ducharan juntos en el cuarto de baño, con naturalidad, como si él no estuviera presente. Después añadió: "como si fuérais amantes". Frase que no dejó indiferente a Casanova, si bien enseguida trató de ocultar cualquier atisbo de sorpresa.



Mientras se duchaban y se daban gel de baño el uno al otro de un modo sensual, el marido observaba la escena asomando ligeramente la cabeza por el hueco que dejaba la puerta entreabierta.



A continuación les dijo que  por favor se tumbaran en la cama y empezaran a acariciarse, besarse y practicar sexo oral sin inhibiciones. y así lo hicieron. Rita siguió aquellas instrucciones por complacer a su marido. Casanova, porque seguía existiendo atracción hacia su ex-amante. Y, también, por no contrariar a su jefe.



El marido contemplaba en silencio la escena con ojos de viva curiosidad, sentado en un sillón, cerca de la cama. Poco a poco fue excitándose, al final, sin poder contenerse por mas tiempo, se bajó la cremallera para empezar a cascarse un pajote.



De repente alguien golpeó la puerta con la mano: toc-toc. La pareja, asustada, reaccionó tapándose rápidamente con las sábanas. El marido, por su lado, se subió la cremallera del pantalón, se levantó del asiento y fue a abrir la puerta. Era una camarera. Traía unas botellas de champán que introdujo en la habitación sobre un carrito. A continuación se quitó la falda, ante la sorpresa de Rita y Casanova, mostrando una ropa interior oscura de lo mas sexy. Delante de su esposa el marido empezó a follar con la camarera, que se había agachado.



Rita no salía de su asombro. No supo como reaccionar, sentía una mezcla de celos y rabia, al ver con todo detalle como su esposo se tiraba a la camarera. Por lo que respecta a Casanova, éste decidió seguir tocando y besando a su antigua amante.



Rita sentía la lengua de Casanova deslizándose húmeda por su cuello, pero era incapaz de concentrarse en el placer. Mientras Casanova se la metía, Rita contemplaba atónita el polvo de su marido con la camarera: jadeos, lascivia, pasión a tope...



Rita no se esperaba este comportamiento de su esposo. La estaba traicionando con otra mujer, y, para colmo, delante de sus propias narices. Rita experimentó un cocktail de sentimientos perturbadores: celos, rabia, deseos de venganza.



Casanova disfrutó follando con Rita, a pesar de que ella tenía la atención en otra parte. Su marido se excitó sobremanera viendo como otro se beneficiaba a su mujer. Pero ¿y Rita?. Ella no disfrutó. Al contrario: sufrió, sintiendo celos y una profunda decepción. La sorpresa de la camarera no fue en absoluto de su agrado.



No le encontraba ninguna gracia. Desde luego "no era lo acordado", repetía una y otra vez mentalmente. Se planteó el juego del cornudo, caramba, no el de la cornuda. Rita no podía dejar de sentirse engañada. Cuanto más lo pensaba, mas crecía su enfado.



Varios días después, Rita decidió cortar con su marido. No sólo a causa de la historia del Hotel Palace, aunque esa jugarreta pesaba mucho en la balanza. También por otras razones. Por ejemplo, su insufrible tacañería.



El marido, como defensa, alegó que su intención nunca fue ocasionar una crisis matrimonial sino simplemente divertirse, y le rogó a Rita que le perdonara. Sin embargo, Rita se mantuvo firme: no hubo perdón. Finalmente se separó de él.



Poco tiempo después, Rita retomó su antigua relación de amantes con Casanova, a quien realmente nunca había dejado de amar. Pese a lo sucedido, Casanova continuó trabajando en la empresa de cursos de seducción y erotismo, propiedad del ahora ex-marido de Rita. A este hombre no le importó que Rita se lanzara en brazos de Casanova, uno de sus empleados.



Prevalecieron los intereses económicos sobre los posibles resquemores generados por la separación. Casanova era el mejor profesor de su empresa y gracias a él estaba ganando mucho dinero. Por tanto, no estaba dispuesto a perderle como trabajador. Habría sido un error, además de una estupidez.



¿Acaso el hecho de que Casanova hubiera enamorado a su mujer no era prueba fehaciente de la maestría de este gran profesor a la hora de seducir? Sin duda, merecía la pena conservarle como empleado en su empresa.



Por lo que respecta a Casanova, tras una racha bastante mala de percances, calabazas y fracasos, por fin había conseguido lo que anhelaba: un empleo bien remunerado (lo que no era poca cosa en tiempos de altas tasas de paro), una mujer magnífica que le amaba y el reconocimiento de su valía como experto en seducción.

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