SEBASTIÁN Y LA FIESTA DE DISFRACES

No entraba en mis previsiones encontrar a Sebastián en un club liberal disfrazado de romano. Pero me alegré al verle y enseguida le saludé afectuosamente. Nos pusimos a charlar mientras tomábamos una copa en el bar del local donde se estaba celebrando una fiesta de disfraces.

Conocí a Sebastián hace varios años en un grupo de "singles" llamado "Círculo de Ocio y Amistad". Dentro de este grupo había alcanzado un más que merecido prestigio como seductor. Muy pocas mujeres -por no decir ninguna- eran capaces de resistirse a sus atractivo. Sebastián se distinguía por una armoniosa y poco frecuente combinación de educación, simpatía y afabilidad. Voz sedosa, buena estatura, pero no especialmente apuesto. Sabía estar e inspiraba confianza. Su comportamiento  era moderado, mostrándose siempre afectuoso en el trato personal.

Parecía tener unas dotes excepcionales o un sexto sentido para detectar a la mujer que estaba más receptiva cada noche. Rara vez cometía equivocaciones. Donde ponía el ojo ponía la bala, valga la
expresión.

Realmente era asombroso verle actuar. A sus amigos nos dejaba desconcertados y boquiabiertos. Al final de cada fiesta o reunión, Sebastián se llevaba una mujer a su casa.

Después de sus encuentros sexuales con mujeres que pertenecían al grupo (o con amigas que no eran socias pero a veces las acompañaban), Sebastián tenía la habilidad de quedar como buenos amigos y ya está. No problem. Sin rencores. Sin malentendidos. Todo era muy civilizado.

Quienes le conocíamos no salíamos de nuestro asombro y cuando entre hombres comentábamos con admiración el talento y las proezas que Sebastián llevaba a cabo nuestro tono de voz dejaba traslucir ciertas dosis de envidia. En el fondo no nos conformábamos con admirarle. Queríamos, además, conocer sus secretos como seductor, esas técnicas tan valiosas que le servían para alcanzar el éxito. Puestos a nuestro servicio y aplicados convenientemente, esos métodos que sólo el conocía, nos reportarían  también a nosotros idénticos beneficios.

Mientras venían a mi mente recuerdos del pasado, seguía charlando con Sebastián en medio de la mascarada. El club donde tenía lugar la fiesta era un local caracterizado por una decoración sofisticada, con algún toque "kitsch".  Muebles de calidad, suelo enmoquetado, iluminación indirecta (en un ambiente general de penumbra), grandes espejos con marcos dorados, cortinajes, también disponían de una piscina. Y la música de fondo, de estilo "funky", resultaba muy agradable.

Como era mi primera visita a este club, Sebastián, que ya lo conocía muy bien, se ofreció cortésmente como cicerone para mostrarme las instalaciones. Después de dar una vuelta juntos por el local, decidimos separarnos, pues otros conocidos suyos le reclamaban. Yo continué curioseando por mi cuenta, fijándome en el ambiente y en lo que hacían los clientes.

Transcurrida media hora más o menos subí unos esclones y accedí de este modo a una cámara oscura donde había una mujer joven a cuatro patas sobre una mesa baja. Ocho hombres la rodeaban, desnudos o con algunos complementos de la indumentaria romana como sandalias, coronas de laureles o brazaletes.

La mujer no tenía suficientes manos ni agujeros para atender a tantos hombres empalmados y con muchas ganas de meter. Chupaba pollas y masturbaba al tiempo que se dejaba follar desde atrás por un chico que, a juzgar por sus comentarios, debía de ser su novio. Entre esos tíos con el rabo tieso pude reconocer, a pesar de la oscuridad, a Sebastián ataviado con una túnica de patricio romano. 

La joven le estaba haciendo una felación, mientras otros esperaban su turno impacientes. Y mientras esperaban su turno no perdían el tiempo aquellos sementales ya que se la meneaban para ponérsela bien dura. No le hice ningún gesto con la mano a Sebas ni hablé con él en ese trance. Como es natural, preferí no importunarle para que siguiera disfrutando de la chupada anónima que le estaba regalando aquella felatriz tan solicitada.

Sin duda, era una escena de elevada carga erótica. Se oían los jadeos femeninos y masculinos entreverados. También algunos comentarios obscenos: "chupa, chupa", "acaríciame el coño", "así, dale, dale", "más rápido, venga", "pellízcame los pezones"... El novio, como una especie de director de orquesta, a veces pedía a los sementales que la tocaran en las tetas o en las nalgas, aquí o allá o que aumentaran el ritmo del folleteo. Me sorprendió que el novio se excitase y disfrutara tanto viendo lo que hacía su chica y lo que le hacían a su chica todos aquellos tíos salidos.

Abandoné la cámara medio aturdido por el calentón que me había provocado el espectáculo de la orgía. Después continué paseando por otras salas del local. Regresé a la piscina que me había enseñado Sebastián, atravesé la pista de baile (sus paredes eran espejos), entré en un sótano con una gran cama redonda en el centro... En todos estos lugares se practicaba sexo, contra la pared o sobre colchonetas, en parejas (solos tú y yo), en la modalidad de tríos (tres en uno),  "glory hole" (mámasela a un desconocido), lésbicos (las chicas son guerreras), en grupo sin orden ni concierto (totum revolutum), etc.

Finalmente, después de sucesivas idas y venidas, Sebastián y yo coincidimos de nuevo en la zona del bar, cerca del acceso de entrada al club. Conversamos un poco más sobre el tema del trabajo, los antiguos compañeros del grupo de "singles", la salud... Me dijo que abandonó su soltería para ponerse a  vivir con una chica más joven que él. Ese domingo ella se había quedado en casa tranquilamente. Sebastián, sin embargo, decidió pasar un rato de ocio placentero en su club favorito, como hacían los romanos  de la Antigüedad en sus célebres termas.

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