LAS RELLENITAS DE ALCOBENDAS



Debo confesar mi debilidad desde que era adolescente por las mujeres bien entradas en carnes. De hecho, mi ex pesa 92 kilos, lo que para mí no constituía una desventaja sino lo contrario. En mi situación actual de new single, tras la separación, me apetece regalarme un caprichito. No quiero -al menos por ahora- embarcarme en otra relación estable; aún no han cicatrizado las heridas del divorcio. Sin embargo, como afirmaba antes: no le hago ascos a un buen revolcón.
Con este objetivo entré en internet, sección de masajes y anuncios eróticos, para ver qué se cocía por esos tórridos lares. Estuve navegando un buen rato y justo cuando empezaba a cansarme, dí con este esperanzador anuncio:

                  

                            Dos chicas rellenaditas

                            cumplimos todas tus fantasías:

                            francés,  griego, tríos, etc.

                            zona Alcobendas.


No tardé en llamar para informarme. Al día siguiente me presenté en la dirección de Alcobendas que me habían facilitado por el móvil. Se trataba de un piso corriente, un tercero con ascensor. Me abrió la puerta una joven rolliza de treinta y tantos años, que me causó buena impresión por sus formas orondas y su simpatía.  Entramos en el salón de la casa, donde me presentó a su compañera, una chica de 26 años aproximadamente y no tan gorda. La primera se llamaba Raquel, la otra: Vanesa.


Nos sentamos los tres en unos sofás del salón. Y empezamos a charlar sobre varios temas de un modo distendido, incluido naturalmente el asunto de la tarifa: 150 euros por acostarme con las dos. Por ese precio tenía derecho -según me informaron- a pasar la tarde con ellas en su piso sin tiempo definido. Esta fórmula me agradó sobremanera, pues soy de los que creen (como otros activistas del Movimiento Slow) que las prisas actuales y el sexo no hacen buenas migas. Además, ya hay demasiada aceleración en esta vida que llevamos (o nos lleva), especialmente en las grandes urbes. Insisto: nunca me gustó el sexo sometido a la tiranía del cronómetro.


Mientras tomábamos unos cubatas entablamos una conversación amena. Se fue creando paulatinamente un clima de confianza, hasta que llegamos a un punto en que  nuestra reunión más parecía un encuentro entre  amigos  que una primera entrevista de carácter profesional. Este ambiente cálido de amistad generado de forma espontánea y natural me hizo sentir a gusto. Casi me olvidé por completo de que yo me había acercado a aquella casa para satisfacer mi libido.


Las chicas me contaron que vivían de alquiler en aquel piso. Que tenían un trabajo normal en una empresa de limpieza, pero que una bajada de sueldos ocasionada por la recesión económica las había empujado a buscar fuentes alternativas de ingresos. Tras descartar otras opciones, pensaron en la prostitución, pusieron anuncios y, desde hacía medio año, se dedicaban a esto, compaginándolo con su trabajo de limpieza. Gracias al dinero que ganaban con el sexo podían hacer frente a los gastos de la casa con mayor holgura.


En un determinado momento, Raquel se puso en pie y se dirigió al dormitorio; allí estuvo preparando la cama, según me dijo Vanesa. Al cabo de un rato oímos la voz de Raquel: “¡La cama ya esta lista!”. Fue la señal para que Vanesa y yo fuéramos a la alcoba. Una alcoba (por cierto, ¿la palabra Alcobendas viene de alcoba?) dotada  de una amplia cama, sobre la cual se veían unas sabanas limpias recién puestas. A continuación nos desnudamos. A mi me parecía estupenda la idea de acostarme con dos rellenitas a la vez. Era la primera ocasión en mi vida. Magnífica novedad. Las dos chicas me atraían físicamente. Así que: ¡adelante Ataúlfo!


Fue una sesión completísima. Hicimos de todo, la verdad. Era maravilloso acariciar una piel  tan fina, esas carnes voluminosas. El esplendor de unas tetas enormes, en especial las de Raquel. Enseguida se me empinó el badajo. Nos besábamos, entre ellas también se besaban y se acariciaban. Lo cual me calentaba aún más. Raquel era sensual y más bien pasiva; Vanesa  se mostraba pasional y activa. Un tándem de primera categoría..


Me corrí con el preservativo enfundado (condición sine qua non que me impusieron las chicas) una vez en cada coño. También me ofrecieron su culo por si me apetecía. Pero mis depósitos de semen estaban agotados, ya que a causa de la intensa excitación, las corridas habían sido muy abundantes. Tras una ducha refrescante los tres juntos entre bromas,  risas y espuma de gel de baño, regresamos al salón.


Vimos un poco la tele mientras descansábamos. Me preguntaron si me había gustado lo que habíamos hecho en la cama. Les contesté con una sonrisa de satisfacción. Después, acabé la copa que tenía sobre la mesa del salón. Y justo antes de salir por la puerta, cuando ya me estaba despidiendo, Raquel me confesó: 


-Ah, no te lo habíamos dicho: Raquel y yo somos pareja.


Me quedé flipado al oír la palabra “pareja”. Y rápidamente empecé a comprender ciertas cosas que me habían llamado la atención, si bien no les di relevancia ni dediqué tiempo a atar cabos. Me vinieron a la mente ciertos comentarios, actitudes y situaciones como, por ejemplo, la escena en que ellas dos se besaban con tal intensidad que no parecían besos profesionales o fingidos,  el hecho muy significativo de que sólo hubiera en el piso un dormitorio con una cama de matrimonio, ese tono de confianza y complicidad que tenían entre ellas...

Después Raquel añadió:

- Vuelve cuando quieras. Ha sido un placer. ¡Chao cariño!

Fue el primer trío de mi vida. Pero, además, era la primera vez que -sin que yo lo supiera- me acostaba con dos lesbianas al mismo tiempo. La experiencia me encantó. Y, desde entonces, una o dos veces al mes, me acuesto con un par de boyeras a la vez. Gracias a mis amigas Raquel y Vanesa -a las que visito regularmente- comprendí que un trío con lesbianas no es lo mismo que un trío con mujeres hetero. Es mucho mejor. Más intenso. Sensaciones diferentes y, en definitiva, otra dimensión. Si las chicas lesbos son rollizas (como a mí me gustan), ya ni te cuento.

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